febrero 24, 2013

Ese muerto molesta, pues no se decide a morir.
Tan ambivalente es, que ella decide matarlo.
Una tarde cualquiera,
se dirigen a una plaza cualquiera
y ella cuenta en regresivo
para alcanzar el próximo dolor.
No sabe si el escarnio le llegará al tocar con la cabeza
la sombrilla del mugroso bar,
o cuando el zapato que protege su pie vencido (el derecho),
esté a punto de pisar una prencita con forma de estrella.
Quizás al cruzar la calle, ya habrá sentido ese malestar
que le congela la piel
o luego de ver pasar al señor de las lapiceras.
Lo seguro es que sentirá miedo,
esa incomodidad que la sitúa al costado de su propio cuerpo,
esa sombra tan triste, como doble.
Y él la mirará como siempre,
con esa ternura vestida de lobo que se agazapa detrás
del rebaño,
un doble tan perverso, como triste.