febrero 25, 2013

Hogar

 "Home"
Edward Sharpe &The Magnetic Zeros 
 



febrero 24, 2013

Ese muerto molesta, pues no se decide a morir.
Tan ambivalente es, que ella decide matarlo.
Una tarde cualquiera,
se dirigen a una plaza cualquiera
y ella cuenta en regresivo
para alcanzar el próximo dolor.
No sabe si el escarnio le llegará al tocar con la cabeza
la sombrilla del mugroso bar,
o cuando el zapato que protege su pie vencido (el derecho),
esté a punto de pisar una prencita con forma de estrella.
Quizás al cruzar la calle, ya habrá sentido ese malestar
que le congela la piel
o luego de ver pasar al señor de las lapiceras.
Lo seguro es que sentirá miedo,
esa incomodidad que la sitúa al costado de su propio cuerpo,
esa sombra tan triste, como doble.
Y él la mirará como siempre,
con esa ternura vestida de lobo que se agazapa detrás
del rebaño,
un doble tan perverso, como triste.
Ella pensaba en él,
quería que él pensara que ella era especial.
Deseaba que él divisara,
-detrás de esa selva que era su ego-
su dramática y hermosa posición ante la vida.

Pero él vivía en un árbol
y ella quería tener una hamaca.
Ella disfruta de ser invisible,
excepto cuando él elige no verla.
En esos momentos, se disfrazaría de cualquier cosa con tal de que sus ojos
la indagaran un rato.
Aunque sea.
Podría ser un ventilador
para ahuyentar el flequillo que descansa
sobre sus ciegas pupilas. O su canción preferida para que al tararearla, él la
metiera en su garganta y la dejara quedarse ahí.
Y ella evitándole el bostezo,
tan en penumbras,
en esa caverna,
toda para sí.

Un torrente incorpóreo, mustio
se derrama
y un tráfico de ideas malsanas, infectas
obstruyen los surcos de su cerebro.

Como un usurero,
negocia con su propia paz.


La zozobra
embiste
a las imágenes más vívidas
y
el escudo no ampara,
se escurre entre la ceguera.
 


Como ramas violentadas por la vanidad del anochecer,
los fetales y tornasolados gajos palidecen
y vuelan, ignorantes
entre serenas turbulencias,
vacilando.
 

 






Y el tiempo, tenaz
moldea los instantes
feroz y rebelde.

Ambos nadaban en el placer

(...) Su victoria era grande, pues había conseguido que Adán ennobleciera su amor hasta el punto de arrostrar por ella el desagrado divino o la muerte. En recompensa (pues bien la merecía una complacencia tan criminal) le entrega con mano generosa el fruto incitante y bello que pendía de la rama. Adán no tuvo ningún escrúpulo en comer a pesar de lo que sabía; no fue engañado, sino locamente vencido por el encanto de una mujer. La tierra tembló hasta en sus entrañas, como si se renovasen sus tormentos, y la naturaleza lanzó un segundo gemido. El cielo se oscureció, dejó oír un trueno sordo y derramó algunas tristes lágrimas cuando se consumó el mortal pecado original. Adán no reparó en ello, ocupado enteramente en saciarse de aquella fruta. Eva no tuvo inconveniente en reiterar su primera transgresión, a fin de animar a su esposo con su dulce compañía.
Ambos nadaban entonces en el placer, como si estuvieran embriagados con un nuevo licor; imagínense sentir los efectos de la divinidad que les presta alas para elevarse lejos de la tierra que desdeñan. Pero aquel fruto pérfido ejerció diferente influjo, encendiendo en ellos por vez primera el apetito carnal. Adán empezó a dirigir a Eva miradas lascivas: Eva se las devolvió impregnadas de voluptuosidad: la concupiscente lujuria los envolvió a ambos en su llama. Adán excitó a Eva de esta suerte a sus amorosas caricias. (…)

“El paraíso perdido” de John Milton

Desesperación

Photo: Ricardo Veteri

El tiempo

Photo: Ricardo Veteri

Sí, te quiero. Te quiero mucho.

(...) —¿Me querés?
Ella pareció vacilar un instante, pero luego contestó:
—Sí, te quiero. Te quiero mucho.
Martín se sentía aislado mágicamente de la dura realidad externa, como sucede en el teatro (pensaba años más tarde) mientras estamos viviendo el mundo del escenario, mientras fuera esperan las dolorosas aristas del universo diario, las cosas que inevitablemente golpearán apenas se apaguen las
candilejas y quede abolido el hechizo. Y así como en el teatro, en algún momento el mundo externo logra llegar aunque atenuado en forma de lejanos ruidos (un bocinazo, el grito de un vendedor de diarios, el silbato de un agente de tránsito), así también llegaban hasta su conciencia, como inquietantes susurros, pequeños hechos, algunas frases que enturbiaban y agrietaban la magia: aquellas palabras que había dicho en el puerto y de las que él quedaba horrorosamente excluido ("me iría con gusto de esta ciudad inmunda") y la frase que ahora acababa de decir ("soy una basura, no
te engañes sobre mí"), palabras que latían como un leve y sordo dolor en su espíritu y que, mientras mantenía reclinada la cabeza sobre el pecho de Alejandra, entregado a la portentosa felicidad del instante, hormigueaban en una zona más profunda e insidiosa de su alma, cuchicheando con otras palabras enigmáticas: los ciegos, Fernando, Molinari. Pero no importa —se decía empecinadamente—, no importa, apretando su cabeza contra los calientes pechos y acariciando sus manos, como si de ese modo asegurase el mantenimiento del sortilegio.
—¿Pero cuánto me querés? —preguntó infantilmente.
—Mucho, ya te dije. (...)
De "Sobre héroes y tumbas" de Ernesto Sábato

Soy una mujer que salta cuando otros caminan

"(...) Acabo de toparme con algunas duras verdades sobre mí misma. Soy una mujer que salta cuando otros caminan y me gusta mantenerme en el mismo sitio cuando los hombres que he conocido están cambiando y buscando algo nuevo. Yo quiero un hogar, estabilidad, un trabajo que me llene y tal vez hijos. (...)"
De "Enamorarse en las Vegas" de Myrna Mackenzie

Me meteré bajo tu piel


Cada hombre es un animal


(...) Se puede definir la obsesión de la metamorfosis como una necesidad violenta que se confunde con cada una de nuestras necesidades animales, excitando al hombre a abandonar de repente gestos y actitudes exigidos por la naturaleza humana: por ejemplo, un hombre en medio de los demás, en un departamento, tirándose por el suelo para devorar la papilla del perro. Hay en cada hombre un animal encerrado en una prisión, como un forzado, y hay una puerta: si la entreabrimos, el animal se precipita fuera, como el forzado, encontrando su camino; entonces, y, provisionalmente, muere el hombre; la bestia se conduce como bestia, sin ningún cuidado de provocar la admiración poética del muerto. Es en este sentido que puede verse al hombre como una prisión de apariencia burocrática. (...)
De "Historia del ojo" de Georges Bataille
Descarga "Histoire de l’oeil" George Bataille, 1928Descarga "La Metamorfosis" Franz Kafka, 1915

febrero 01, 2013

Yo soy

"Y o S o y Y o ... Y M i C i r c u n s t a n c i a" Ortega y Gasset